Emmanuel Santiago
miércoles, 21 de enero de 2009
viernes, 9 de enero de 2009
otro cuento
Años luz
Ricardo, hijo de un brillante astrólogo, por fin tenía el telescopio que anhelaba desde tiempo atrás. Con apenas doce años, Ricardo esperaba la noche para ver las estrellas con más claridad. Observaba por el cristal y veía como lentamente el horizonte se tragaba el sol y se derramaba la noche.
Todo lo que se movía en el espacio, Ricardo lo seguía con detenimiento. No sabía lo que vería esa noche, no se despegaba del telescopio. Su abuelo pasó por su cuarto y se detuvo se acomodo en el sofá ruidoso que estaba en un rincón desde que Ricardo tenia memoria. -¿Que ves?- preguntó el abuelo con voz temblona. Ricardo no dejó de ver por la lente y respondió –el universo- el anciano lo pensó un momento -¿el universo?- sonrió para él – ¿y que tiene de nuevo el universo?-. Hasta el momento nada, solo se ha ido el sol.
Ten paciencia Ricardo, algo pasará, siempre pasa algo en el universo, sólo que no nos percatamos; siempre hay estrellas fugaces, tal ves un cometa.
Ricardo no hacía caso a lo que el abuelo decía. Por fin el viejo abandonó la habitación, mientras Ricardo escuchaba el sonido del arrastre de los pies de su abuelo. Desde niño le gustaba escuchar las viejas pantuflas arrastrándose en los pasillos, porque sabia que era el ritual del abuelo; ir todas las noches a contarle alguna historia y después se iba y el veía como se perdía la sombra en el pasillo. Últimamente ya no le agradaba la idea de que el abuelo anduviera rondando por su cuarto.
Esperaba atento a cualquier cosa, llevaba horas pegado al telescopio. Su madre lo llamo a cenar y no bajo, sabía que si se despegaba un segundo podría perderse algo interesante. El abuelo le contó alguna vez de las estrellas fugaces, que solo duraban unos segundos. El abuelo siempre le repetía que los momentos más bellos de una vida son como las estrellas fugaces, tan breves que a veces no los vemos.
Era cerca de la una y Ricardo comenzaba a ceder al sueño pero estaba decidido a esperar un tiempo más.
Ajusto la lente y observó, vio un punto de luz que se desplazaba, se despegó del telescopio, se talló los ojos y volvió a observar; era una gran bola de fuego que cruzaba el espacio, corría lento y dejaba la estela atrás. Ricardo no sabía con exactitud que era. Recordó que su padre le habló de los cometas, sabía que eran rocas con gases que llevaban años suspendidas en el espacio y que venían de algún lugar que nunca conocería el ser humano, lo miro, pensó en que eso era un cometa. De repente, en el otro extremo, otra inmensa bola de fuego se desplazaba, Ricardo no lo creía, observaba por el telescopio cómo se precipitaban los astros por el cielo, al igual que una cerilla cuando se prende. Las observó, las dos parecían dirigirse hacia el mismo punto. Veía como seguían deslizándose sin que nada pudiera cambiar su rumbo, hasta que se juntaron y se hicieron una misma e iluminaron el espacio por un breve tiempo. Después todo fue oscuridad y silencio.
Ricardo se quedó mirando en ese punto y ya no había nada. Pensó en lo que acababa de ver, se dejo caer en el sofá mientras la madera lanzaba un profundo lamento, cerro los ojos y recordó a los dos astros que llevaban suspendidos en el espacio tal vez siglos, de galaxias distantes se fundieron iluminando el cielo y después desaparecieron sin dejar nada más que el recuerdo.
Algo en el interior de él ya no era igual, la frase del abuelo la recordó mientras rebotaba en su cabeza y se extendía en el cuarto como el eco. Las rocas estaban años luz suspendidas. Ricardo recordaba sentado en el sofá lo que décadas atrás ocurrió. Pensó que la unión de dos cuerpos crea un momento único y después ¿que queda? Ricardo volteó, vio su cuarto y vislumbró la soledad del espacio y los inmensos huecos que se extienden en él.
Ricardo, hijo de un brillante astrólogo, por fin tenía el telescopio que anhelaba desde tiempo atrás. Con apenas doce años, Ricardo esperaba la noche para ver las estrellas con más claridad. Observaba por el cristal y veía como lentamente el horizonte se tragaba el sol y se derramaba la noche.
Todo lo que se movía en el espacio, Ricardo lo seguía con detenimiento. No sabía lo que vería esa noche, no se despegaba del telescopio. Su abuelo pasó por su cuarto y se detuvo se acomodo en el sofá ruidoso que estaba en un rincón desde que Ricardo tenia memoria. -¿Que ves?- preguntó el abuelo con voz temblona. Ricardo no dejó de ver por la lente y respondió –el universo- el anciano lo pensó un momento -¿el universo?- sonrió para él – ¿y que tiene de nuevo el universo?-. Hasta el momento nada, solo se ha ido el sol.
Ten paciencia Ricardo, algo pasará, siempre pasa algo en el universo, sólo que no nos percatamos; siempre hay estrellas fugaces, tal ves un cometa.
Ricardo no hacía caso a lo que el abuelo decía. Por fin el viejo abandonó la habitación, mientras Ricardo escuchaba el sonido del arrastre de los pies de su abuelo. Desde niño le gustaba escuchar las viejas pantuflas arrastrándose en los pasillos, porque sabia que era el ritual del abuelo; ir todas las noches a contarle alguna historia y después se iba y el veía como se perdía la sombra en el pasillo. Últimamente ya no le agradaba la idea de que el abuelo anduviera rondando por su cuarto.
Esperaba atento a cualquier cosa, llevaba horas pegado al telescopio. Su madre lo llamo a cenar y no bajo, sabía que si se despegaba un segundo podría perderse algo interesante. El abuelo le contó alguna vez de las estrellas fugaces, que solo duraban unos segundos. El abuelo siempre le repetía que los momentos más bellos de una vida son como las estrellas fugaces, tan breves que a veces no los vemos.
Era cerca de la una y Ricardo comenzaba a ceder al sueño pero estaba decidido a esperar un tiempo más.
Ajusto la lente y observó, vio un punto de luz que se desplazaba, se despegó del telescopio, se talló los ojos y volvió a observar; era una gran bola de fuego que cruzaba el espacio, corría lento y dejaba la estela atrás. Ricardo no sabía con exactitud que era. Recordó que su padre le habló de los cometas, sabía que eran rocas con gases que llevaban años suspendidas en el espacio y que venían de algún lugar que nunca conocería el ser humano, lo miro, pensó en que eso era un cometa. De repente, en el otro extremo, otra inmensa bola de fuego se desplazaba, Ricardo no lo creía, observaba por el telescopio cómo se precipitaban los astros por el cielo, al igual que una cerilla cuando se prende. Las observó, las dos parecían dirigirse hacia el mismo punto. Veía como seguían deslizándose sin que nada pudiera cambiar su rumbo, hasta que se juntaron y se hicieron una misma e iluminaron el espacio por un breve tiempo. Después todo fue oscuridad y silencio.
Ricardo se quedó mirando en ese punto y ya no había nada. Pensó en lo que acababa de ver, se dejo caer en el sofá mientras la madera lanzaba un profundo lamento, cerro los ojos y recordó a los dos astros que llevaban suspendidos en el espacio tal vez siglos, de galaxias distantes se fundieron iluminando el cielo y después desaparecieron sin dejar nada más que el recuerdo.
Algo en el interior de él ya no era igual, la frase del abuelo la recordó mientras rebotaba en su cabeza y se extendía en el cuarto como el eco. Las rocas estaban años luz suspendidas. Ricardo recordaba sentado en el sofá lo que décadas atrás ocurrió. Pensó que la unión de dos cuerpos crea un momento único y después ¿que queda? Ricardo volteó, vio su cuarto y vislumbró la soledad del espacio y los inmensos huecos que se extienden en él.
Para todos los rebumbieros con cariño, porque mi mundo, nuestro mundo ya es diferente.
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)