EL CINEMA.
Emmanuel Santiago J.
Sentado en la butaca de aquel cine, esperaba el comienzo de la cinta. A mi lado se encontraba una dama joven, de respiración lenta. Delante de nosotros estaban unos niños que hacía un molesto ruido. Eso me indicaba que tenía que preparar mis nervios para aguantarlos durante toda la película. Apagaron las luces. El ruido del proyector comenzó a sonar en la sala. La película iniciaba con música de Luis Alcaraz. La actriz del momento salía con un traje dorado. El salón de baile era inmenso., estaba pintado con tonos pasteles; lleno de bullicio. Sonaban copas. En otro lado se escuchaban las carcajadas de una mujer. De pronto entraba el galán, todo un cinturita. Se aproximó a ella y le dijo algo en el oído. Los colores eran impresionantes. Cada uno de los lugares era un paisaje. Los vestuarios estaban llenos de matices. En aquel momento de la película él le declaraba, por fin, su amor a ella y le prometía cambiar. Y enseguida el villano entraba con un traje negro y la cara rajada. Mientras ellos se besaban, aquel hombre soltaba una carga de plomo sobre el galán. El sonido parecía real, casi podía oler la pólvora. El vestido dorado se manchó de sangre y en el suelo se dispersaba un charco en el que quedaba tendido el cinturita. Un final clásico para un melodrama. La dama de al lado sollozaba y los niños guardaban silencio. Me dirigí a la dama y le dije:
-Estuvo buena la película ¿verdad?
-Sí, señor.
-Estas películas a color me encantan.
-Pero si es en blanco y negro.
Era la ventaja de ser ciego, uno se imaginaba lo que fuera en la pantalla.
domingo, 21 de diciembre de 2008
martes, 16 de diciembre de 2008
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Y porque nadie lo pidió… un cuento
ESPERANZA
Emmanuel Santiago J.
En alguna época, recuerdo caminar una larga calle con un tronco a cuestas. Aquel peso me hacía desfallecer. Mis pies sentían el suelo ardiendo mientras dejaba pedazos de piel en aquella tierra.
Emmanuel Santiago J.
En alguna época, recuerdo caminar una larga calle con un tronco a cuestas. Aquel peso me hacía desfallecer. Mis pies sentían el suelo ardiendo mientras dejaba pedazos de piel en aquella tierra.
Un hombre atrás me azotaba y gritaba, ¡aprisa, que hay que terminar el trabajo! De pronto el calor y el cansancio me hicieron caer. ¡Arriba esclavo! Me levanté con la esperanza de que algo pasara de pronto y parara todo esto. El dolor cerraba mis oídos, un zumbido mezclado con murmullo era lo único que podía escuchar. Observaba aquel pasillo y sólo podía ver el final. Me levanté y seguí caminando, trataba de fugarme a otro lado, pensar en cualquier cosa para no sentir el dolor.
Las gotas de sudor entraban en la carne abierta, era un dolor intenso. De pronto una roca golpeó mi cabeza y resbalé de nuevo. Mi cara comenzó a sangrar. Unas lágrima rodaron sin poderlas contener. Mis ojos se empezaron a llenar de sangre, escupí la que entró en mi boca. Me levanté de nuevo y proseguí mi marcha. Era mejor acabar ya con ese trabajo. Seguí. Por algo estaba en ese lugar. Esa certeza me hacía seguir avanzando. Al final del pasillo infernal algo nuevo me esperaba. A cada paso que daba el final estaba cerca. Crucé los muros para salir de aquel lugar. Cuando me di cuenta que lo que estaba afuera era peor. Seguí caminando. Lo gritos me ensordecían, pero cada paso que daba me sentía seguro.
Por fin llegamos al final de la cima. Bajé la carga, me arrodillé. Unos hombres comenzaron a preparar todo. Cerré mis ojos y disfrutaba de aquel descanso mientras el aire pegaba en mi rostro. Una persona tocó mi hombro, me levantó, me desvistió. Podía sentir la paz por fin. Todo el dolor había valido la pena. Me recostaron, abrí mis ojos, vi el cielo y el sol resplandecía. Dos hombres me sujetaron los brazos y el primer clavo entró en mis pies, en ese momento tuve la primera certeza: Dios no existe.
lunes, 8 de diciembre de 2008
Tratando de ser alguien en la vida
miércoles, 3 de diciembre de 2008
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