¿Por qué?
Te beso porque me da la gana
Te amo porque me da la gana
Quiero estar contigo porque me da la gana
Amarte, estar en ti, que el amor se condense en nuestra piel porque me da la gana
Recorrer tu espalda y tu cuello como el mar lame la arena porque me da la gana
Chocar, arrancar y regresar a la calma en un instante como las tormentas porque me da la gana
Y cuando se me terminen las ganas de todo esto
Solo tendré ganas de olvidarte
Emmanuel Santiago J
miércoles, 3 de junio de 2009
miércoles, 29 de abril de 2009
Para los habitantes y los habitados
Ocupante
Ayer mire por tus ventanas tristes y descubrí que no estabas ahí, vi que alguien más habita en ese lugar.
Un extraño ocupa tu veja casa no sé quién es, ahí está como con el rostro arrancado, como alguien extraviado y se ha dedicado a pintar los muros de un color que no es tal.
Sospecho que vives en mí, que algún día te mudaste y no me di cuenta, busco para encontrarte pero no sé donde te acurrucaste, en que parte duermes.
Cuando duermo te encuentro, pero te escurres como la arena escurre entre mis dedos y el viento la dispersa.
Alguna sombra corre por los pasillos de mi memoria y de cuando en cuando abre puertas y ventanas de habitaciones derruidas, que aún se mantienen allí no sé porque motivo.
Cuando te vuelvas a mudar o si es que algún día regresas a donde vivías avísame, solo para estar seguro que exististe alguna vez.
Emmanuel Santiago J.
Ayer mire por tus ventanas tristes y descubrí que no estabas ahí, vi que alguien más habita en ese lugar.
Un extraño ocupa tu veja casa no sé quién es, ahí está como con el rostro arrancado, como alguien extraviado y se ha dedicado a pintar los muros de un color que no es tal.
Sospecho que vives en mí, que algún día te mudaste y no me di cuenta, busco para encontrarte pero no sé donde te acurrucaste, en que parte duermes.
Cuando duermo te encuentro, pero te escurres como la arena escurre entre mis dedos y el viento la dispersa.
Alguna sombra corre por los pasillos de mi memoria y de cuando en cuando abre puertas y ventanas de habitaciones derruidas, que aún se mantienen allí no sé porque motivo.
Cuando te vuelvas a mudar o si es que algún día regresas a donde vivías avísame, solo para estar seguro que exististe alguna vez.
Emmanuel Santiago J.
lunes, 20 de abril de 2009
para alguien imposible
En el lago de tu pasión soy un pato que se sumerge y no se empapa de qué sirve nadar en el lago si no me puedo humedecer.
En tu lago no quiero ser un pato quiero ser la gota que cae y trasciende en ondas y se pierde en el lago para ser parte de un todo.
Quiero amar como aman las higueras a las palmas, que rodean con sus ramas entrelazadas y de su cuerpo hace un hogar para amar a la palma, la protege sin apretar, la rodea para que crezca hacia el sol.
Corto mi corazón tan solo para que veas que esta vacio y que puedes guardar en el lo que quieras.
En tu lago no quiero ser un pato quiero ser la gota que cae y trasciende en ondas y se pierde en el lago para ser parte de un todo.
Quiero amar como aman las higueras a las palmas, que rodean con sus ramas entrelazadas y de su cuerpo hace un hogar para amar a la palma, la protege sin apretar, la rodea para que crezca hacia el sol.
Corto mi corazón tan solo para que veas que esta vacio y que puedes guardar en el lo que quieras.
miércoles, 4 de marzo de 2009
dos solo dos cortitos
Fugando
De pronto la puerta se abrió, ella dio un paso, el viento entro como queriendo retenerla en aquel lugar, dio otro paso y el viento de nuevo le rugía en el rostro un mechón se soltó como queriendo regresar.
Jalo una pequeña maleta la puso en el piso y encendió un cigarro para saborear el coraje y la tristeza a los cuales estaba renunciando.
En cada bocanada de humo se dibujaba una historia y se desvanecía entre los dedos del aire y el tiempo que las arrastraban adentro de aquel espacio, todas esas historias quedarían en ese lugar.
Su figura se delineaba en el marco de aquella puerta, tiro el cigarrillo al suelo lo aplasto con sus zapatillas un tanto viejas pero que tenían algo de nuevo, mientras el tobillo se agitaba aplastando el último aliento de ese fuego.
Se inclino levanto la maletita, pequeña donde solo había espacio para lo necesario, lo demás eran recuerdos que se quedarían para siempre en ese lugar, camino, jalo la puerta quien lanzo un último grito suplicando su regreso.
Camino con una sonrisa en su boca mientras los taconcitos sonaban como las primeras gotas de la lluvia después de una sequia.
Para mi amiga Anel que regalo la frase de donde nació el cuento.
Efímero
Estaban sentados ella y el mientras miraban como el sol intentaba poseer al inmenso mar, miraban sentados en la arena mientras las olas estallaban contras las rocas como estallan las cosas imposibles en la vida.
Miraban la inmensidad, mientras el mar intentaba sujetarse a la arena y en sus intentos dibujaba y borraba los imposibles de la vida.
El volteo a verla y le dijo me amas ella guardo silencio mientras el mar mojaba los pies de ellos, el le dijo dime que amas.
Ella lo miro y con su dedo en la arena escribió te amo, una ola entro arranco un pedazo a lo escrito, entro otra y borro un poco mas y otra ola más se encargo de no dejar rastro de lo que alguna vez existió en ese pedazo de arena.
El guardo silencio y miro de nuevo como el sol había desaparecido en su intento por poseer al mar y las olas estallaban en las rocas como estallan los sueños en la vida.
Emmanuel Santiago J.
De pronto la puerta se abrió, ella dio un paso, el viento entro como queriendo retenerla en aquel lugar, dio otro paso y el viento de nuevo le rugía en el rostro un mechón se soltó como queriendo regresar.
Jalo una pequeña maleta la puso en el piso y encendió un cigarro para saborear el coraje y la tristeza a los cuales estaba renunciando.
En cada bocanada de humo se dibujaba una historia y se desvanecía entre los dedos del aire y el tiempo que las arrastraban adentro de aquel espacio, todas esas historias quedarían en ese lugar.
Su figura se delineaba en el marco de aquella puerta, tiro el cigarrillo al suelo lo aplasto con sus zapatillas un tanto viejas pero que tenían algo de nuevo, mientras el tobillo se agitaba aplastando el último aliento de ese fuego.
Se inclino levanto la maletita, pequeña donde solo había espacio para lo necesario, lo demás eran recuerdos que se quedarían para siempre en ese lugar, camino, jalo la puerta quien lanzo un último grito suplicando su regreso.
Camino con una sonrisa en su boca mientras los taconcitos sonaban como las primeras gotas de la lluvia después de una sequia.
Para mi amiga Anel que regalo la frase de donde nació el cuento.
Efímero
Estaban sentados ella y el mientras miraban como el sol intentaba poseer al inmenso mar, miraban sentados en la arena mientras las olas estallaban contras las rocas como estallan las cosas imposibles en la vida.
Miraban la inmensidad, mientras el mar intentaba sujetarse a la arena y en sus intentos dibujaba y borraba los imposibles de la vida.
El volteo a verla y le dijo me amas ella guardo silencio mientras el mar mojaba los pies de ellos, el le dijo dime que amas.
Ella lo miro y con su dedo en la arena escribió te amo, una ola entro arranco un pedazo a lo escrito, entro otra y borro un poco mas y otra ola más se encargo de no dejar rastro de lo que alguna vez existió en ese pedazo de arena.
El guardo silencio y miro de nuevo como el sol había desaparecido en su intento por poseer al mar y las olas estallaban en las rocas como estallan los sueños en la vida.
Emmanuel Santiago J.
lunes, 16 de febrero de 2009
Para los perros del mundo
Tres días
Tres días llevaba afuera de esa casa, lo vi desde el primer día que llego y se sentó algo esperaba de ese lugar, de pronto caminaba un rato dando vueltas y se volvía a sentar pacientemente, con su pelo enredado y amarillento por andar en la calle.
Era pequeñito con ojos negros y un destello de luz, como una pequeña estrella perdida en la inmensidad de un cielo negro, estuvo sin moverse por tres días lo observe desde mi ventana, ¿que podía tenerlo a la expectativa?, sin comer solo mirando, esperando como quien espera la muerte.
Un día la gente salió de la casa y llevaban una linda perrita, un poco más alta que él, solo la vio caminar, sin tomar un poco de aire por la impresión, se hecho en el piso coloco su cabeza sobre sus patas la miro irse indiferente de él.
Comprendí porque esperaba, sentí lo que él sentía, Salí para solidarizarme con el lleve un platito con comida para que su espera fuera menos dura, el solo me veía de reojo no quitaba la vista por donde se había marchado ella, deje el plato a un lado, entre a mi casa de nuevo lo vi que se movió, olfateo y no probo nada se volvió a acomodar a esperar.
El tercer día impaciente daba vueltas veía por un lado por otro, espero la noche salieron los vecinos de la casa, el se emociono espero un rato más en la banqueta, busco y vio un pequeño hueco en lo alto de la pared, brinco y fallo en su primer intento pero él no se rendiría tan fácil, brinco de nuevo hasta que logro entrar en el hueco, poco a poco se deslizaba solo podía saber lo feliz que estaba por la manera en que agitaba su cola.
Entro no se escuchaba nada, espere unos minutos cuando escuche unos ladridos, y su pequeña cabeza tratando de salir, cayó a la banqueta al tratar de escapar.
Se paro miro por el hueco, mientras ella ladraba un rotundo no, el solo la miro dio la vuelta y se fue marchando en sus patas con la cabeza clavada en el piso.
Se fue al poco tiempo lo vi de nuevo, afuera de una casa un poco más flaco, esperaba echado en la entrada, quien sabe que esperaba esta ocasión pero en sus ojos se adivinaba que ya no esperaba lo mismo.
Emmanuel Santiago J.
Tres días llevaba afuera de esa casa, lo vi desde el primer día que llego y se sentó algo esperaba de ese lugar, de pronto caminaba un rato dando vueltas y se volvía a sentar pacientemente, con su pelo enredado y amarillento por andar en la calle.
Era pequeñito con ojos negros y un destello de luz, como una pequeña estrella perdida en la inmensidad de un cielo negro, estuvo sin moverse por tres días lo observe desde mi ventana, ¿que podía tenerlo a la expectativa?, sin comer solo mirando, esperando como quien espera la muerte.
Un día la gente salió de la casa y llevaban una linda perrita, un poco más alta que él, solo la vio caminar, sin tomar un poco de aire por la impresión, se hecho en el piso coloco su cabeza sobre sus patas la miro irse indiferente de él.
Comprendí porque esperaba, sentí lo que él sentía, Salí para solidarizarme con el lleve un platito con comida para que su espera fuera menos dura, el solo me veía de reojo no quitaba la vista por donde se había marchado ella, deje el plato a un lado, entre a mi casa de nuevo lo vi que se movió, olfateo y no probo nada se volvió a acomodar a esperar.
El tercer día impaciente daba vueltas veía por un lado por otro, espero la noche salieron los vecinos de la casa, el se emociono espero un rato más en la banqueta, busco y vio un pequeño hueco en lo alto de la pared, brinco y fallo en su primer intento pero él no se rendiría tan fácil, brinco de nuevo hasta que logro entrar en el hueco, poco a poco se deslizaba solo podía saber lo feliz que estaba por la manera en que agitaba su cola.
Entro no se escuchaba nada, espere unos minutos cuando escuche unos ladridos, y su pequeña cabeza tratando de salir, cayó a la banqueta al tratar de escapar.
Se paro miro por el hueco, mientras ella ladraba un rotundo no, el solo la miro dio la vuelta y se fue marchando en sus patas con la cabeza clavada en el piso.
Se fue al poco tiempo lo vi de nuevo, afuera de una casa un poco más flaco, esperaba echado en la entrada, quien sabe que esperaba esta ocasión pero en sus ojos se adivinaba que ya no esperaba lo mismo.
Emmanuel Santiago J.
domingo, 8 de febrero de 2009
pa quien lo entiende
Vivir
El estaba sentado en la banca de un parque como desde hace 40 años lo hacía, Genaro desde hace 40 años rutinariamente llegaba a la misma banca, se sentaba con una bolsita de papel en sus manos.
Todo mundo sabía que él estaría en el mismo lugar, estaba en esa banca mientras el tiempo pasaba como las hojas de los arboles pasan levantadas por los vientos del invierno.
Genaro tomaba su bolsa de papel mientras metía su mano y la sacaba para aventar el arroz a las palomas, las cuales ya podía distinguir, este ritual de alguna manera lo hacía sentir vivo desde hace 40 años.
Pero ese día el se paro como lo hacía desde hace 40 años, fue a la tienda compro el arroz y se dirigió al parque, caminaba lento arrastrando ligeramente los pies, llego se sentó metió la mano en la bolsita lanzo el arroz, sonó en el piso, y nada sucedió, tardo en reaccionar, las palomas estaban inmóviles, en una estatua viéndolo, Genaro por primera vez vio esa estatua, las miro y ellas lo veían, el silencio lo invadió todo como el preámbulo de algo.
De nuevo metió la mano, tomo el arroz y lo aventó una vez más, cayó uno a uno como la lluvia, mientras el sonido se esparcía por todo el parque como gritando algo. Las palomas lo vieron de nuevo, Genaro quedo atónito se vieron por unos segundos, se miraron como diciendo que algo irremediablemente ya no estaba, había desaparecido, las palomas volaron.
Genaro quedo aturdido, un viento corrió, de alguna manera los 40 años se agolparon en ese momento se le dibujaron todas las arrugas, el pelo se le platino, las palomas con el aleteo le gritaban algo que comprendía y que había perdido desde hace 40 años, la rutina le había arrancado casi medio siglo.
Nunca pudo tomar la decisión, nunca se arriesgo. Las palomas decidieron lo que Genaro desde hace mucho tiempo evito. Algo rodo por su rostro y golpeo el piso dividiéndose en minúsculas partículas, Genaro se levanto y se marcho perdiéndose entre los pasillos del parque.
Las palomas ni el volvieron nunca más.
Emmanuel Santiago J.
El estaba sentado en la banca de un parque como desde hace 40 años lo hacía, Genaro desde hace 40 años rutinariamente llegaba a la misma banca, se sentaba con una bolsita de papel en sus manos.
Todo mundo sabía que él estaría en el mismo lugar, estaba en esa banca mientras el tiempo pasaba como las hojas de los arboles pasan levantadas por los vientos del invierno.
Genaro tomaba su bolsa de papel mientras metía su mano y la sacaba para aventar el arroz a las palomas, las cuales ya podía distinguir, este ritual de alguna manera lo hacía sentir vivo desde hace 40 años.
Pero ese día el se paro como lo hacía desde hace 40 años, fue a la tienda compro el arroz y se dirigió al parque, caminaba lento arrastrando ligeramente los pies, llego se sentó metió la mano en la bolsita lanzo el arroz, sonó en el piso, y nada sucedió, tardo en reaccionar, las palomas estaban inmóviles, en una estatua viéndolo, Genaro por primera vez vio esa estatua, las miro y ellas lo veían, el silencio lo invadió todo como el preámbulo de algo.
De nuevo metió la mano, tomo el arroz y lo aventó una vez más, cayó uno a uno como la lluvia, mientras el sonido se esparcía por todo el parque como gritando algo. Las palomas lo vieron de nuevo, Genaro quedo atónito se vieron por unos segundos, se miraron como diciendo que algo irremediablemente ya no estaba, había desaparecido, las palomas volaron.
Genaro quedo aturdido, un viento corrió, de alguna manera los 40 años se agolparon en ese momento se le dibujaron todas las arrugas, el pelo se le platino, las palomas con el aleteo le gritaban algo que comprendía y que había perdido desde hace 40 años, la rutina le había arrancado casi medio siglo.
Nunca pudo tomar la decisión, nunca se arriesgo. Las palomas decidieron lo que Genaro desde hace mucho tiempo evito. Algo rodo por su rostro y golpeo el piso dividiéndose en minúsculas partículas, Genaro se levanto y se marcho perdiéndose entre los pasillos del parque.
Las palomas ni el volvieron nunca más.
Emmanuel Santiago J.
martes, 3 de febrero de 2009
uno mas
Quizá
Emmanuel Santiago J.
Miraban al cielo en su rostro se veía la duda, sabían que había desaparecido y nunca más estaría de nuevo, el le dijo pero estaba ahí en ese lugar, siempre estuvo, ella lo volteo a ver yo no estoy tan segura que existiera.
Una estrella ya no estaba, el podía asegurar que sí, que casi existía desde hace de miles de años, ella no estaba segura que en ese lugar estuviera una estrella, pensaba quizá nunca fue la misma, quizá fueron miles de estrellas que pensaron era la misma.
Recuerda, el repetía recuerda estaba en ese hueco de allí, ella no veía ningún hueco, guardaron silencio vieron el espacio y todos los alfileres que pendían de aquel inmenso negro manto aterciopelado y disperso.
Ella lo miro le dijo quizá nunca vimos nada, quizá vimos el reflejo del algo que murió desde hace muchos años, eso son muchas estrellas tan solo el reflejo de algo que murió hace muchos siglos atrás.
El guardo silencio lo medito un instante y dijo tienes razón quizá solo vimos la luz de algo hermoso, algo que murió y viajo por distantes universos y lo pudimos ver nosotros y desapareció para no verlo nunca más.
Los dos guardaron silencio y caminaron por los lados de las vías del tren, por esas largas líneas que van lado a lado pero nunca se tocan.
Emmanuel Santiago J.
Miraban al cielo en su rostro se veía la duda, sabían que había desaparecido y nunca más estaría de nuevo, el le dijo pero estaba ahí en ese lugar, siempre estuvo, ella lo volteo a ver yo no estoy tan segura que existiera.
Una estrella ya no estaba, el podía asegurar que sí, que casi existía desde hace de miles de años, ella no estaba segura que en ese lugar estuviera una estrella, pensaba quizá nunca fue la misma, quizá fueron miles de estrellas que pensaron era la misma.
Recuerda, el repetía recuerda estaba en ese hueco de allí, ella no veía ningún hueco, guardaron silencio vieron el espacio y todos los alfileres que pendían de aquel inmenso negro manto aterciopelado y disperso.
Ella lo miro le dijo quizá nunca vimos nada, quizá vimos el reflejo del algo que murió desde hace muchos años, eso son muchas estrellas tan solo el reflejo de algo que murió hace muchos siglos atrás.
El guardo silencio lo medito un instante y dijo tienes razón quizá solo vimos la luz de algo hermoso, algo que murió y viajo por distantes universos y lo pudimos ver nosotros y desapareció para no verlo nunca más.
Los dos guardaron silencio y caminaron por los lados de las vías del tren, por esas largas líneas que van lado a lado pero nunca se tocan.
miércoles, 21 de enero de 2009
viernes, 9 de enero de 2009
otro cuento
Años luz
Ricardo, hijo de un brillante astrólogo, por fin tenía el telescopio que anhelaba desde tiempo atrás. Con apenas doce años, Ricardo esperaba la noche para ver las estrellas con más claridad. Observaba por el cristal y veía como lentamente el horizonte se tragaba el sol y se derramaba la noche.
Todo lo que se movía en el espacio, Ricardo lo seguía con detenimiento. No sabía lo que vería esa noche, no se despegaba del telescopio. Su abuelo pasó por su cuarto y se detuvo se acomodo en el sofá ruidoso que estaba en un rincón desde que Ricardo tenia memoria. -¿Que ves?- preguntó el abuelo con voz temblona. Ricardo no dejó de ver por la lente y respondió –el universo- el anciano lo pensó un momento -¿el universo?- sonrió para él – ¿y que tiene de nuevo el universo?-. Hasta el momento nada, solo se ha ido el sol.
Ten paciencia Ricardo, algo pasará, siempre pasa algo en el universo, sólo que no nos percatamos; siempre hay estrellas fugaces, tal ves un cometa.
Ricardo no hacía caso a lo que el abuelo decía. Por fin el viejo abandonó la habitación, mientras Ricardo escuchaba el sonido del arrastre de los pies de su abuelo. Desde niño le gustaba escuchar las viejas pantuflas arrastrándose en los pasillos, porque sabia que era el ritual del abuelo; ir todas las noches a contarle alguna historia y después se iba y el veía como se perdía la sombra en el pasillo. Últimamente ya no le agradaba la idea de que el abuelo anduviera rondando por su cuarto.
Esperaba atento a cualquier cosa, llevaba horas pegado al telescopio. Su madre lo llamo a cenar y no bajo, sabía que si se despegaba un segundo podría perderse algo interesante. El abuelo le contó alguna vez de las estrellas fugaces, que solo duraban unos segundos. El abuelo siempre le repetía que los momentos más bellos de una vida son como las estrellas fugaces, tan breves que a veces no los vemos.
Era cerca de la una y Ricardo comenzaba a ceder al sueño pero estaba decidido a esperar un tiempo más.
Ajusto la lente y observó, vio un punto de luz que se desplazaba, se despegó del telescopio, se talló los ojos y volvió a observar; era una gran bola de fuego que cruzaba el espacio, corría lento y dejaba la estela atrás. Ricardo no sabía con exactitud que era. Recordó que su padre le habló de los cometas, sabía que eran rocas con gases que llevaban años suspendidas en el espacio y que venían de algún lugar que nunca conocería el ser humano, lo miro, pensó en que eso era un cometa. De repente, en el otro extremo, otra inmensa bola de fuego se desplazaba, Ricardo no lo creía, observaba por el telescopio cómo se precipitaban los astros por el cielo, al igual que una cerilla cuando se prende. Las observó, las dos parecían dirigirse hacia el mismo punto. Veía como seguían deslizándose sin que nada pudiera cambiar su rumbo, hasta que se juntaron y se hicieron una misma e iluminaron el espacio por un breve tiempo. Después todo fue oscuridad y silencio.
Ricardo se quedó mirando en ese punto y ya no había nada. Pensó en lo que acababa de ver, se dejo caer en el sofá mientras la madera lanzaba un profundo lamento, cerro los ojos y recordó a los dos astros que llevaban suspendidos en el espacio tal vez siglos, de galaxias distantes se fundieron iluminando el cielo y después desaparecieron sin dejar nada más que el recuerdo.
Algo en el interior de él ya no era igual, la frase del abuelo la recordó mientras rebotaba en su cabeza y se extendía en el cuarto como el eco. Las rocas estaban años luz suspendidas. Ricardo recordaba sentado en el sofá lo que décadas atrás ocurrió. Pensó que la unión de dos cuerpos crea un momento único y después ¿que queda? Ricardo volteó, vio su cuarto y vislumbró la soledad del espacio y los inmensos huecos que se extienden en él.
Ricardo, hijo de un brillante astrólogo, por fin tenía el telescopio que anhelaba desde tiempo atrás. Con apenas doce años, Ricardo esperaba la noche para ver las estrellas con más claridad. Observaba por el cristal y veía como lentamente el horizonte se tragaba el sol y se derramaba la noche.
Todo lo que se movía en el espacio, Ricardo lo seguía con detenimiento. No sabía lo que vería esa noche, no se despegaba del telescopio. Su abuelo pasó por su cuarto y se detuvo se acomodo en el sofá ruidoso que estaba en un rincón desde que Ricardo tenia memoria. -¿Que ves?- preguntó el abuelo con voz temblona. Ricardo no dejó de ver por la lente y respondió –el universo- el anciano lo pensó un momento -¿el universo?- sonrió para él – ¿y que tiene de nuevo el universo?-. Hasta el momento nada, solo se ha ido el sol.
Ten paciencia Ricardo, algo pasará, siempre pasa algo en el universo, sólo que no nos percatamos; siempre hay estrellas fugaces, tal ves un cometa.
Ricardo no hacía caso a lo que el abuelo decía. Por fin el viejo abandonó la habitación, mientras Ricardo escuchaba el sonido del arrastre de los pies de su abuelo. Desde niño le gustaba escuchar las viejas pantuflas arrastrándose en los pasillos, porque sabia que era el ritual del abuelo; ir todas las noches a contarle alguna historia y después se iba y el veía como se perdía la sombra en el pasillo. Últimamente ya no le agradaba la idea de que el abuelo anduviera rondando por su cuarto.
Esperaba atento a cualquier cosa, llevaba horas pegado al telescopio. Su madre lo llamo a cenar y no bajo, sabía que si se despegaba un segundo podría perderse algo interesante. El abuelo le contó alguna vez de las estrellas fugaces, que solo duraban unos segundos. El abuelo siempre le repetía que los momentos más bellos de una vida son como las estrellas fugaces, tan breves que a veces no los vemos.
Era cerca de la una y Ricardo comenzaba a ceder al sueño pero estaba decidido a esperar un tiempo más.
Ajusto la lente y observó, vio un punto de luz que se desplazaba, se despegó del telescopio, se talló los ojos y volvió a observar; era una gran bola de fuego que cruzaba el espacio, corría lento y dejaba la estela atrás. Ricardo no sabía con exactitud que era. Recordó que su padre le habló de los cometas, sabía que eran rocas con gases que llevaban años suspendidas en el espacio y que venían de algún lugar que nunca conocería el ser humano, lo miro, pensó en que eso era un cometa. De repente, en el otro extremo, otra inmensa bola de fuego se desplazaba, Ricardo no lo creía, observaba por el telescopio cómo se precipitaban los astros por el cielo, al igual que una cerilla cuando se prende. Las observó, las dos parecían dirigirse hacia el mismo punto. Veía como seguían deslizándose sin que nada pudiera cambiar su rumbo, hasta que se juntaron y se hicieron una misma e iluminaron el espacio por un breve tiempo. Después todo fue oscuridad y silencio.
Ricardo se quedó mirando en ese punto y ya no había nada. Pensó en lo que acababa de ver, se dejo caer en el sofá mientras la madera lanzaba un profundo lamento, cerro los ojos y recordó a los dos astros que llevaban suspendidos en el espacio tal vez siglos, de galaxias distantes se fundieron iluminando el cielo y después desaparecieron sin dejar nada más que el recuerdo.
Algo en el interior de él ya no era igual, la frase del abuelo la recordó mientras rebotaba en su cabeza y se extendía en el cuarto como el eco. Las rocas estaban años luz suspendidas. Ricardo recordaba sentado en el sofá lo que décadas atrás ocurrió. Pensó que la unión de dos cuerpos crea un momento único y después ¿que queda? Ricardo volteó, vio su cuarto y vislumbró la soledad del espacio y los inmensos huecos que se extienden en él.
Para todos los rebumbieros con cariño, porque mi mundo, nuestro mundo ya es diferente.
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